Existe suficiente ropa para las siguientes seis generaciones, por ahora, no necesitamos fabricar más, al menos no desde 0. La industria de la indumentaria solo podrá sostenerse si se reinventa.
Aunque me cueste decirlo— porque hay un placer enorme en lo nuevo, en visitar una fábrica de textiles y comprar los elegidos para una nueva colección— lo cierto es que hay que cuestionar los métodos, y encontrar una ruta sustentable.
Hace años leí por primera vez “Cosmos” de Neil deGrasse Tyson, y recuerdo que en determinado momento explicaba el concepto de “La gracia fugaz de la zona habitable”, quiere decir que una zona habitable jamás será eterna, en este caso, la Tierra, y que nuestro planeta ya ha gastado más del 70% de sus mejores años. Si bien, el mantener la “zona habitable” no depende solamente de las luchas ambientales— sino de su estrella, el Sol— lo cierto es que el ser humano puede acelerar o desacelerar el ritmo al que contamina.
Si bien, la mayoría de la ropa se produce en el hemisferio norte, lo cierto es que sus residuos acaban en los países más vulnerables. Por ejemplo, según la Or Foundation en Accra, Ghana importa 15 millones de prendas de segunda mano por semana, y de ese volumen, al menos un 40% es insalvable por su estado, y se acumula en mercados, vertederos de basura, ríos y costas; en Kantamanto— uno de los mayores mercados de ropa usada en África Occidental— dicha ropa es visible en calles y mantos acuíferos.
Ante la visibilidad del problema ambiental causado por la industria de la moda, varios gigantes han trabajado en vender sus productos con etiquetas verdes, sumado a un mensaje de sustentabilidad y reciclaje, que suele acabar en acciones poco significativas y de bajo impacto ambiental, significando más bien la necesidad de suavizar el impacto que dicha compra pueda tener en el consumidor.
El verdadero cambio está en la necesidad de transparencia en la cadena de valor— trazabilidad de rutas en el antes y el después, saber no solo dónde se produce, sino también dónde termina la ropa.
La industria textil opera hoy de forma contaminante, el ser humano inhala microfibras sintéticas que ya están en su ADN. No solo hay sobreproducción, sino que esta responde a una necesidad de comprar que ha sido creada. Producción rápida para un uso que también será breve. El descuido textil es una amenaza directa a la salud pública y la biodiversidad, incluso impidiendo que las tortugas marinas aniden.
Un problema que requiere trabajo en todos los niveles, desde la creación y el apoyo a políticas ambientales y de salud pública que protejan a comunidades vulnerables y a nuestro planeta en general, la presión como consumidores hacia las marcas para que respondan por el ciclo completo de sus productos, y el consumo consciente y desacelerado de indumentaria.
Las grandes fábricas de producción pueden responder a un sistema distinto, y requerirán adaptarse en determinado momento, sin embargo, que ese momento llegue pronto, está en manos del consumidor, de la demanda. A menor demanda, más pronto tendrán que cuestionar sus métodos.
Alternativas como la reparación de prendas ya existentes, valoración de tejidos para trabajar a partir de ellos, venta de indumentaria usada, entre otras, son caminos factibles para que la ropa no termine en el océano o en gigantescas ciudades basurero.
Para saber más, visita el artículo de El Guardian:
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