Un agujero espiritual del tamaño de la catedral, dirían.
Me salen carísimas, te digo.
Quisiera escribir sobre lo importante de ser adultos que sepan amar, pero estaría contando sobre mis deficiencias, pues demasiadas veces me aterra el estar amando mal, amando sin amar, la posesión, el miedo al fracaso, fallar, que me fallen.
Los adultos que saben amar, logran algo maravilloso en ellos, se aseguran la vida eterna, están seguros. Les pueden cortar el rostro 2 veces al año, o a la semana, pero se mantienen bajo la luz, y siguen su camino.
Un adulto que no ama, no se puede levantar.
Finalmente es como que a las cosas hay que ponerles un poco de ingenio y picardía para que se vendan, para sentir que pasaron, para referirnos a lo que no da como si diera para muchísimo, como un amor. Muchos días que pudiesen ser ordinarios, al final resultan un tema muy dramático gracias a eso, y así es.
Yo por ejemplo, ahora mismo quiero un florero muy grande, lleno de rosas y claveles. Puede este contrastar con las paredes de casa, que son casi todas blancas. No hay mucho, no es un gran asunto ni nada, pero si le apelo al sentimiento, seguro que muchos me secundan en pasar de quererlo, a necesitarlo.
He estado pensando si al devolver la última chaqueta, uno debería ponerle algún papelito en el bolsillo, ya saben, por el tiempo, los días, los años, las noches, las madrugadas. Luego concluyo en que muchas veces la imaginación sí que da para cualquier cosa, y que mejor con este me hago un dibujo de lo que queda entre el lunes y el martes.
A la larga, puede que lo mejor sea hacerlo simple, y de ahí, el futuro.
Simpaticé con muchas cosas en la vida y he ido cambiando mucho; miro al pasado, y es hermoso. Antes de esto, nacieron muchas otras cosas, cosas que también pudieron ser grandes únicamente por recibir atención. Las experimenté, y ya fueron. Dependemos mucho de lo que crece, se viene, nace, de ahora en adelante.
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